novelas

Algo para leer...

FJ Padilla

En paz consigo mismo, de momento, acepta tratar cuestiones atrasadas, la sinopsis en la que vive. Buscar la prosperidad con los suyos parece un anhelo lícito para la acción, no ha pretendido nada nuevo, pues todos los hombres comparten ese ideal práctico, si mal difieren en dar o prohibir el derecho a la igualdad de armas, y en la honradez que evita aprovecharse de las influencias externas a su habilidad, talento o empeño. Es verdad que puede volver, integrarse, obedecer y callar, aunque esa hebra argumental exige renunciar a sus pretensiones quiméricas, a su identidad como ser humano y a su vocación perversa de lector escriba.

Nahui

Irepane ha preparado un agasajo de acocotes (calabaza con aguamiel), sugiere ponerle al día (actualizar sus conocimientos), hace un repaso superficial de las lecciones atrasadas, evita los puntos controvertidos, los más abstractos o metafísicos (difíciles de comprender), repara en los vaticinios bisbiseados por un provicero que lee la geometría radiante de las piedras preciosas, tratan sobre el advenimiento virreinal. Vendrán centauros, unas bestias fuertes, de dos cabezas y cuatro patas y torso humano, marineros con pelos en la cara, que viajan en chalupas enormes y obedecen a un gurú engolado, cuyo ojo extensible le permite acercar los objetos distantes. Traerán la enfermedad de la risa, el sarampión y la viruela, el catecismo, nos traen remedios medicamentosos, saben cegar hemorragias y fortalecer a los tísicos, mentarán a don Camilo, regalan azúcar en terrones, música alegre, coplas y artilugios vistosos, como alas de murciélago que permiten espantar la flama. En un futuro mediato, llegarán los buitres del Viejo Mundo.

Beatriz llega a la adolescencia como de un largo viaje, y encuentra la realidad mortificante. Su primer amor ya no está más a su lado, su padre putativo es insoportable, su vocación de acuarelista quizás no tenga porvenir, aunque nadie puede decir de este agua no beberé, según le comenta su hermana, o las amigas, mientras su vida parece ir a la deriva, por un mundo indiferente, más al dolor ajeno,a través de un almanaque que exige no volver la vista atrás, enterrar a los muertos y seguir hacia delante.

Maldición de Howard Carter

Salustiano, como si manejara una cristalería extraordinariamente delicada, dejó reposar a la bebé y al desplegar la envoltura de lana, salió un efluvio de minúsculas primaveras que revolotearon como mariposas y se dispersaron por el ámbito del parque. Mucho después de marcharse del lago, aún se podía percibir esa fragancia intensa y limpia. Pasó un vehículo impulsado a pedales, con dos sillines y un solo ciclista que parecía ir buscado entre el pedregal de cuerpos tumbados. Un turista encendió un transistor y en ese instante el tiempo pareció cristalizarse, en el susurro al oído de una esposa embellecida por la maternidad, en el ocio intranscendente de los paseantes y el discurrir de las barcas con los remos alzados y los murmullos de las almas errantes entre la frondosidad de los cipreses...

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